No sin mi casco

Para hacer ciclismo es casi tan importante el casco como la bicicleta. No sin mi casco debería ser un lema indispensable para los ciclistas; de hecho, ya lo es para los menores de 16 años.

 

El casco sirve para proteger lo más importante de nuestro cuerpo: la cabeza. Protege de los golpes y los peligrosos traumatismos craneoencefálicos. El casco reduce en un 85% los daños craneales, en un 88% los cerebrales y en un 75% los daños severos del cerebro. No es asunto de broma.

 

Pero para elegir casco hay que tener en cuenta ciertos aspectos. Para empezar debes llevarlo siempre perfectamente ajustado a la barbilla. La forma correcta es que las cintas pasen entre los lóbulos de tus orejas de forma que queden unidas bajo de tu barbilla. El casco debe estar a un par de dedos sobre las cejas para proteger bien la cabeza.

 

No todos los cascos son adecuados para todos los deportistas. Los más rígidos y completos son los convenientes para ser empleados en disciplinas como el descenso, donde la protección es más importante que una buena refrigeración y el peso ligero; otros menos rígidos, con entradas de aire y más cómodos son ideales para la ruta o la MTB.

Es también importante saber que los cascos no son para siempre. Su vida útil se sitúa alrededor de unos cinco años. Más allá de este tiempo el material va perdiendo su funcionalidad y absorbe peor los golpes.

Así que ya sabes, el casco preciso, bien colocado y sin caducar, pero siempre no sin mi casco.

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