El sábado por la noche Luis Enrique estaba desatado en la celebración de la victoria del Barça en la final de la Champions. No es para menos, estaba ejecutando su venganza. No se le vio así ni tras el partido que le dio la Liga a su equipo ni tampoco tras la final de Copa contra el Athletic de Bilbao. En la cabeza del técnico algo le decía que sin la Champions la temporada estaba inacabada, que aún le quedaba un reto.
Cuando en el mes de diciembre Lucho respondía con ironía o prepotencia en la sala de prensa a las preguntas de los periodistas se tomaban como las últimas palabras de un técnico dolido a punto de ser destituido. No empezó bien su temporada el Barça.
Los rumores de desavenencias con Messi sobrevolaban Barcelona día sí día también como una cuchilla a punto de caer sobre la cabeza de Lucho. El partido contra la Real fue un punto de inflexión en la temporada. Los cambios que pocos entendían, como mover a Messi de posición, le costaron perder en Anoeta. Ni la prensa, ni los aficionados, ni el propio club daban un duro por él.
Pero las cosas no son como empiezan, sino como terminan. Y en el mes de junio Luis Enrique se ha vengado de todas aquellas dudas, de todos los reproches y las insinuaciones con una realidad aplastante: un triplete, el segundo de la historia del Barcelona, algo solo al alcance de Guardiola hasta ahora.
"50 victorias, seis empates y cuatro derrotas. Es la segunda vez que se consigue un triplete. Mejor definid vosotros la temporada ", les decía el sábado a los periodistas.
Desde el sábado a Lucho le toca hacerse el guapo. Siembra las dudas sobre su renovación y desvía las preguntas con la misma ironía de siempre. Está tranquilo, los que antes pedían su cabeza ahora piden su renovación. Es su dulce y merecida venganza, la venganza de Lucho.
