Un "receptor de la muerte" recién descubierto podría ayudar a controlar la diabetes tipo 1

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Las células productoras de insulina del páncreas llevan un "receptor de muerte" que, cuando se activa, hace que las células se autodestruyan. Este botón de autodestrucción celular puede contribuir a su vez al desarrollo de la diabetes de tipo 1, según un nuevo estudio realizado en ratones y tejidos humanos.

Los hallazgos también sugieren una forma potencial de rescatar a algunas de estas células de una muerte segura, cerrando esas puertas celulares, según un nuevo estudio.

La diabetes de tipo 1 es un trastorno autoinmune en el que el sistema inmunitario ataca a las células beta del páncreas productoras de insulina. Un rasgo distintivo de la diabetes de tipo 1 es la muerte de estas células beta, pero no está del todo claro por qué mueren exactamente; los científicos sospechan que hay múltiples mecanismos en juego, según un informe de 2016 publicado en The Journal of Autoimmunity.

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El nuevo estudio identifica el receptor de la muerte, llamado proteína transmembrana 219 (TMEM219), que se encuentra dentro de la membrana externa de las células beta, como un actor clave en este proceso, según un comunicado. Una proteína denominada proteína de unión al factor de crecimiento similar a la insulina 3 (IGFBP3) se une a la porción del receptor de muerte que sobresale de la superficie celular y, al hacerlo, pone en marcha una cadena de acontecimientos dentro de la célula. Esta cadena de acontecimientos supone la muerte segura de la célula beta: desencadena la apoptosis o el suicidio celular, según el nuevo estudio.

En varios estudios de laboratorio con ratones, los investigadores probaron diferentes formas de evitar que se desarrollara esta cadena de acontecimientos; los ratones utilizados en el estudio fueron modificados genéticamente de forma que son propensos a la diabetes de tipo 1.

En un experimento, por ejemplo, el equipo eliminó el receptor de la muerte por completo mediante una modificación genética, y en otro bloquearon el receptor utilizando una proteína modificada para tal fin. El equipo descubrió que, cuando bloqueaban temporalmente el receptor de la muerte en los ratones, sobrevivía un mayor número de células beta que en los ratones no tratados, y aumentaba la producción de insulina. Esto, a su vez, retrasó o evitó la aparición de la diabetes en los ratones. Cuando el equipo bloqueó el receptor de la muerte durante un periodo de tiempo prolongado, el número de células beta de los animales aumentó.

El equipo también realizó experimentos con células beta humanas. La aplicación de IGFBP3 a los tejidos desencadenó una muerte desenfrenada de las células beta, pero al bloquear los receptores de muerte de las células, los investigadores pudieron detener este daño y permitir que las células siguieran produciendo insulina.

En apoyo de lo hallado en el laboratorio, el equipo también descubrió que tanto las personas diagnosticadas de diabetes como las que presentaban un alto riesgo de padecerla presentaban niveles elevados de IGFBP3, en comparación con las que no tenían diabetes. Lo mismo ocurrió con los ratones diabéticos y prediabéticos, en comparación con los ratones sanos.

"Creemos que en la enfermedad puede aumentar la producción de IGFBP3, por lo que se produce una pérdida de células beta", señaló en el comunicado el Dr. Paolo Fiorina, investigador y profesor adjunto de la Facultad de Medicina de Harvard y del Hospital Infantil de Boston. Fiorina es el fundador de una empresa de biotecnología, Enthera, que está desarrollando tratamientos para bloquear el receptor de muerte de las células beta. Los primeros ensayos en humanos de dicho tratamiento podrían comenzar en otoño de 2022, según el comunicado.

"El pensamiento común para la diabetes tipo 1 es que [es] autoinmune", dijo Fiorina. "Pero la inmunoterapia no cura completamente la diabetes". Creemos que la IGFBP3 actúa como una "betatoxina" y altera la función normal de las células beta, por lo que también contribuye al desarrollo de la diabetes, dijo.

El nuevo estudio se publicó el jueves (3 de febrero) en la revista Nature Communications.

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